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Crítica a la obra plástica de Alexander Prieto por el catedrático del Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura de la Universidad Nacional de Colombia, Julio César Goyes:
Los griegos le llamarón la ékphrasis, esa relación entre ver una imagen (una pintura, un paisaje) y hablar sobre ella. Aunque, dicho sea de paso, esa fisura ha sido insalvable entre el ver y la descripción verbal que de esto se hace. Pero el arte no se resigna a seguir dividido entre la emoción y el pensamiento. El arte continua fusionando o tejiendo códigos pictóricos (imagen) y códigos verbales (orales y escritos), incluso la euritmia combina performáticamente poesía, música y danza. Nada más posmoderno que los retornos con nuevo sensorium y variantes notables ocasionadas por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación: de allí el palimpsesto y el hipertexto, las estrategias narrativas de la era digital. Si con el palimpsesto acudimos a las huellas de lo que una vez borrado no ha podido sino sobrevivir como restos de un naufragio, con el hipertexto asistimos, por un lado, al texto procesual de Penélope que se teje en el día y desteje en la noche, sin comienzo ni fin, y por otro, a la combinación de códigos y formas que no pueden sobrevivir las unas sin las otras, bien de manera subterránea, rizomática si se quiere, o bien como dispositivo de escritura y lectura. Hoy la oralidad (voz, sonido, música), la escritura verbal y la imagen (fija y en movimiento) se entrecruzan armando capas, generando múltiples sentidos, propiciando experiencias cuya sensibilidad está soldada a la reflexión. Pues bien, en este contexto leo la intervención pictográfica y litográfica de Alexander Prieto Osorno, una original expresión artística, por la ejecución del dibujo, el contraste carnavalesco del color y la carga emocional que desprende huellas desde la misma experiencia de los rostros y semblantes con los que trabaja. Huellas de lo Real, signos en tanto materialidad de los sujetos, en tanto regocijos, abatimientos y desgarros humanos. Pero aún, en esta constatación que el tiempo deja como marcas sobre los rostros, aflora la dimensión simbólica, pues no podemos dejar de relatarnos, de escribirnos, de mostrarnos, de leernos; la vida, después de todo, no es otra cosa que una huella múltiple que diariamente se litografía en la piel como olvido y memoria.
